El problema no es la tripartición de poderes - La letra corta

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11 de abril de 2018

El problema no es la tripartición de poderes


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Por Eduardo Pérez Otaño

Desde hace algunos días circula en las redes (como casi siempre sucede en estos casos) una afirmación de contenido preocupante: “Si después de lo que ha sucedido primero con Dilma y ahora con Lula alguien sigue insistiendo en que Cuba aplique la supuesta división de poderes del estado burgués, como leo en la prensa privada que nos legó Obama, o es tonto o es cínico”.

No requeriría siquiera el menor análisis de no ser porque ha estado en boca (digámoslo con más exactitud: en perfiles de Facebook) de importantes figuras del entorno público cubano, con lo que ello significa. Esto es: la posibilidad de que tal afirmación no sea una expresión de paso sino reflejo de un modo de interpretar nuestra realidad y, peor aún, de una corriente de pensamiento en un sector del país.

En esta afirmación aparecen cuatro elementos que debemos abordar por separado si queremos entender las tesis que acá presentamos: 1) lo sucedido tanto a Dilma Rousseff como a Lula da Silva en Brasil; 2) la división de poderes planteada por Montesquieu y asumida por Occidente; 3) la prensa privada legada por Obama; y 4) el hecho de ser tontos o cínicos si se desea que rija en Cuba la tripartición de poderes. Cada uno de estos elementos encierra contenido suficiente para abordarlo desde la realidad cubana.

1) Dilma y Lula (o la cuestión de la izquierda en América Latina)

Pensar que la situación vivida hoy en Brasil, que dicho sea de paso no es más que el reflejo de los tiempos que corren para la izquierda en América Latina, tiene como causa directa la tripartición de poderes sería equivalente a creer que la razón que llevó a la desintegración de la URRS (y al fin del socialismo en buena parte del mundo) fueron sus estructuras de gobierno y no quienes las ocupaban.

Seamos más claros: si responsabilizamos de la situación que hoy viven las causas de izquierda en el subcontinente (y la región en sentido general) al modo en que nuestras naciones se han estructurado democráticamente, requeriríamos hacer exactamente lo mismo si hablamos del modelo socialista. Tendríamos que afirmar con igual seguridad que el sistema generado por el Partido Comunista de la Unión Soviética (para nada asociado a los postulados de Maquiavelo, o eso nos hicieron creer) fueron la causa primera de su propia desaparición.

Por tanto, debemos afirmar que la tesis en sí misma carece de lógica. Los sistemas políticos y democráticos, sean cuales sean, responden a las voluntades de personas de carne y hueso, con intereses que superan la lógica de las mayorías para imponer las de las minorías. Máxime si estas minorías ostentan determinadas cuotas de poder que les permiten saltarse todas las estructuras y normativas existentes.

El problema brasileño hoy no es el de la tripartición de poderes sino el modo en que las estructuras que representan esa tripartición se han corrompido hasta la médula, y se han llenado de funcionarios corruptos e inescrupulosos que las han puesto al servicio de intereses particulares y no colectivos.

El propio Lula da Silva ha referido que entre lo errores cometidos durante las gestiones del Partido de los Trabajadores (PT) al frente de los destinos de Brasil, se encuentra la no resolución de los problemas estructurales del país, entre ellos la tan necesitada Asamblea Nacional Constituyente que hubiera posibilitado repensar las instituciones y sus funcionalidades.

El entramado institucional brasileño, sin pretender adentrarnos en un análisis para el cual no tenemos todos los elementos, está a todas luces corrompido. El empleo de los acuerdos, las alianzas y el soborno como modo de lograr consensos y mayorías no llevaron a ninguna parte. Tanto el legislativo como el ejecutivo estaban minados desde el propio origen del gobierno del PT. Aquellos partidos con los que establecieron las alianzas en algún momento terminaron por convertirse en sus peores enemigos. Nada nuevo hay en esto.

No podía tardar que todo ello llegara (o se expresara) en el poder judicial. Una sociedad donde la verdadera separación de poderes no existe no puede pretender que cuando dos de sus componentes fallan, el tercero resuelva el problema y ponga a los otros en el lugar que les corresponde. A decir verdad, quizás el cáncer ya andaba allí, anidado desde el propio origen de la democracia brasileña después de los años de dictadura. Una limpieza que nunca ocurrió acabó por esconder basura bajo las alfombras, y en silencio fue creciendo hasta convertirse en lo que es hoy: una montaña de desechos que termina, como siempre sucede, por caer sobre los más pobres.

La izquierda latinoamericana, dada en no pocas ocasiones a la autocomplacencia y la hipocresía, ha cometido en esto varios errores que a fin de cuentas han terminado por pasarle factura. Mencionemos apenas tres para ilustrar la afirmación: 1) las alianzas con fuerzas de “centro” o “centro izquierda” que nunca fueron tales y que, muy por el contrario, resolvieron situaciones coyunturales para luego volverse fuerzas reaccionarias dentro del propio proceso de cambio; 2) la postergación de decisiones radicales que permitieran la profunda transformación de las estructuras políticas y de gobierno, en particular las asociadas a los medios de comunicación; y 3) la despreocupación mostrada por desarrollar una verdadera revolución cultural.

Por tanto, decir que el problema de la izquierda en la región es culpa de la tripartición de poderes es, cuando menos, intentar cerrar los ojos ante la verdad. No podemos olvidar tampoco que esa misma izquierda llegó al poder y no tuvo dificultades en jugar ese mismo juego que hoy la derecha continental ha aprovechado con tanta efectividad. Es más, ni siquiera se preocupó por cambiar las reglas a las que hoy pudiéramos culpar.

2) la división de poderes planteada por Montesquieu y asumida por Occidente

Este punto no requeriría grandes discusiones si no fuera por el modo en que se ha tergiversado su comprensión. No pretendemos hacer una discusión teórico-político-filosófica al respecto. Sin embargo, no podemos dejar de lado el hecho de que la propuesta teórica de Montesquieu y el modo en que han sido aplicadas, interpretadas y reinterpretadas son cosas bien diferentes.

La adopción de la tripartición de poderes por los fundadores de los Estados Unidos y su imposición como forma de ordenamiento, con especial fuerza en los tiempos de posguerra, tergiversaron el modelo en sí mismo. Corrompida nos ha llegado, a las naciones latinoamericanas, la versión del filósofo francés.

Una vez más el problema no es teórico sino funcional. La propuesta en sí misma debería, como sucede en otras naciones (quizás habría que revisar experiencias menos viciadas como es el caso de algunos estados europeos), permitir la coexistencia de tres poderes que deben trabajar, de modo equilibrado, en función del progreso y la representación de los intereses de las mayorías.

La debilidad funcional del modelo, plagado de influencias económicas y de intereses que le trascienden, ha hecho fracasar en buena medida la tripartición de poderes como esquema de convivencia democrática en América Latina y en buena parte del mundo. Nuestras naciones, como diría José Martí, pretendieron injertar en las Repúblicas el mundo, pero descuidaron que el tronco siguiera siendo el de nuestras Repúblicas.

La tripartición no es, ni por mucho, el único modo en que pudiéramos entender la vida en nuestros países. La sabiduría indígena que existía en estas tierras antes de la invasión europea ya daba muestras de saberes ancestrales en cuanto a la gestión de la cosa pública, por solo mencionar un ejemplo.

Esta tergiversación absoluta de la esencia de la separación de poderes ha provocado, en buena medida, el fracaso del modelo democrático impuesto en esta parte del mundo. Para ser sinceros, tampoco la izquierda, ni siquiera el socialismo europeo cuando fue potencia capaz de imponer modelos, generó alternativas lo suficientemente efectivas que permitieran la organización de modos de convivencia donde todos pudieran tener voces y derechos de forma equitativa. Aquello de que “todos somos iguales” o “del pueblo y para el pueblo” se diluyó en un aparato partidista y de gobierno altamente ineficaz, antipopular a largo plazo e incapaz de generar modelos alternativos de gran calado.

3) la prensa privada legada por Obama

Hay suficientes documentos que demuestran de modo irrefutable cómo el gobierno de los Estados Unidos ha puesto millones de dólares al servicio de la subversión en Cuba. Le ha apostado, en particular, a la generación de liderazgo entre los jóvenes, la formación de una clase económica afín a sus intereses y el desarrollo de estrategias de comunicación en función de restar apoyos al gobierno cubano.

Todo esto es cierto y para nada novedoso. En casi sesenta años de Revolución la noticia sería que no existiera algún tipo de política o directriz encaminada a derrocar el modelo cubano, en una especie de obsesión fatal.

Sin embargo, pensar que la prensa no oficial (llamada por unos “alternativa”, por otros “privada”, y por algunos “contrarrevolucionaria”) es resultado de la visita de Obama y más aún, de las intenciones de Estados Unidos, es no tener en cuenta todas las razones posibles.

El sistema de medios de comunicación en Cuba es incapaz de satisfacer las necesidades y demandas nacionales. Atada a modos de entender el periodismo y el ejercicio de la comunicación con raíces profundamente soviéticas, y en última instancia utilitarias, le ha sido imposible reinventarse y readaptarse al mundo en que vivimos.

Esta ineficacia ha generado, por un lado, la disminución de su capacidad para formar la opinión pública en el país con el subsecuente fortalecimiento del “boca a boca” como mecanismo de acceso a aquellos contenidos que los medios oficiales no pueden presentarnos. Por otro lado, ha propiciado que emerjan un conjunto de medios fuera del sistema oficial que buscan satisfacer esas demandas.

Es cierto que una parte de ellos ha surgido y se financia de fondos foráneos cuyos intereses no son del todo claros, e incluso unos cuantos son abiertamente reaccionarios al sistema político y de gobierno en Cuba. Pero también es muy cierto que otra parte busca llenar los vacíos (muchos, a decir verdad) que ha dejado el modelo de prensa existente en el país apelando a diversos modos de subsistencia.

Una vez más, el surgimiento de lo alternativo ha sido consecuencia del actuar de la oficialidad, en buena medida, por la imposibilidad de estos últimos de responder a las demandas reales de un país altamente capacitado e informado, que requiere más y mejor comunicación cada día. Es más, hablaríamos de la responsabilidad del gobierno y el partido en la ineficacia del actual sistema de medios, donde el oficialismo prima por encima de lo público; pero esto es tema para otro día.

El supuesto “sistema de medios privados” no existe en Cuba desde la visita de Obama. Viene desde mucho antes, solo que, en su estrechez de miras, las estructuras de poder prefirieron meterlos a todos en el saco de los “otros” en lugar de negociar. Se negaron a darles oportunidades para que diversificaran el panorama comunicativo nacional, en lugar de verse obligados a vivir en la clandestinidad.

4) el hecho de ser tonto o cínico si se desea que rija en Cuba la tripartición de poderes

Quizás sea este el más preocupante de los puntos contenidos en la afirmación inicial que, recordemos, ha circulado durante algunos días en las redes cuyo origen se sitúa en importantes figuras de la vida pública nacional. Esto refleja cierto grado de intolerancia preocupante pero no novedosa.

El hecho de que alguien en el país esté proponiendo la instauración de la tripartición de poderes nos obliga a preguntarnos entonces ¿qué modelo de país, qué modelo democrático tenemos hoy? Criticar que alguien solicite la aplicación de cierta teoría parte del hecho de reconocer que dicha teoría no se ha aplicado, o lo que es lo mismo, partiría de confirmar que la supuesta separación de poderes existente hoy en Cuba (a decir: Legislativo, con la Asamblea Nacional del Poder Popular; Ejecutivo, con el gobierno nacional; y Judicial, con el Tribunal Supremo Popular) no es tal.

Ambas cosas, si acaso, son muy cuestionables: tanto la intolerancia como la existencia de un modelo que responde a las formas descritas por Montesquieu pero que, en su funcionamiento, y más aún en su interpretación, no son tal.

Que alguien demande hoy en Cuba la tripartición de poderes ni es un acto cínico ni reflejo de alguien tonto. Responde a una demanda que puede considerarse legítima incluso aunque no se comparta, como es mi caso. Expliquemos ambos puntos para mayor claridad.

El socialismo promete al pueblo todo el poder. Sin embargo, no ha podido generar modelos democráticos legítimos y auténticos que revolucionen la gestión de la vida pública. Por la razón que sea, ni siquiera cuando la URSS como potencia ostentó suficiente poderío militar y económico como para imponer sus propias visiones, fue capaz de generar las alternativas que hicieran frente a la clásica tripartición de poderes asumida como bastión del capitalismo.

Cuba, por ejemplo, asumió a todas luces una versión desmejorada de la propuesta de Montesquieu. Modificaciones más o modificaciones menos, ahí están claramente los tres poderes. Salvo por el artículo constitucional donde se establece que el Partido Comunista es la fuerza dirigente superior de la sociedad, el resto de la estructura adoptada es claramente la misma que se ha asumido en el continente.

El denominado como “poder popular”, si bien está muy bien establecido en el ordenamiento jurídico, apenas tiene un carácter nominal. No es más real y efectivo el poder de decisión del ciudadano de a pie en Cuba que en cualquier otro sistema de gobierno en cualquier otra parte del mundo.

La solicitud por tanto de la aplicación de la separación de poderes en un país como el caribeño muestra con claridad que el actual sistema mediante el cual se gestiona la vida pública no responde a las demandas y necesidades reales (al menos no a las de todos los cubanos). Sobran los ejemplos.

Por otra parte, ya lo hemos dicho con claridad, tampoco es que el modelo de Montesquieu venga a resolver ningún problema por sí mismo. No lo ha hecho en ninguna parte del mundo ni lo hará. El asunto es de personas y no de planteamientos teóricos. Ni la tripartición ni el modelo griego de democracia ni ningún otro va a resolver las carencias mostradas en la gestión del poder en Cuba.

Se requiere un sistema y una estructura auténticamente cubanas, resultante de la experiencia histórica y cuya primera y genuina manifestación parta del soberano, el único capaz de reconocer lo que necesita y requiere en cada momento histórico. Urge repensar el modelo de gestión nacional, actualizarlo y adecuarlo a los tiempos que corren. No se trata de americanizarlo ni europeizarlo, sino convertirlo en estructuras funcionales y útiles para el presente y el futuro del país. En eso no hay ni tontería ni cinismo.

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