Caturla, el genio contra el silencio - La letra corta

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14 de noviembre de 2017

Caturla, el genio contra el silencio


Por Mauricio Escuela
Tomado del blog Aventuras sigilosas

Cuando Alejandro García Caturla llegó a París, supo orientarse entre la madeja de la gran ciudad sin necesidad de conocer una palabra de francés, tal detalle asombró a su amigo Alejo Carpentier quien lo recibía para ponerlo luego en las manos de la profesora de música Nadia Boulanger. Ello, la propiedad de ubicarse en una gran urbe, era prueba, diría luego el autor de “El Reino de este Mundo”, del genio del muchacho de Remedios. Pronto forjaron una unidad en el arte y en la vida, muchos textos de Carpentier serían llevados al pentagrama por el joven músico remediano. Caturla quería conocerlo y palparlo todo, en el París de 1928 la vida no era cara, por eso muchos artistas de América se establecieron allí.
En cartas a su madre, Alejandro se quejaba de que la vanguardia europea estaba ya en decadencia, ni los propios ballets rusos lo impresionaban y la música de Igor Stravinski, que antes fuera impetuosa, estaba regresando a los moldes burgueses. Y es que el remediano llevaba un ansia profunda de ruptura, de crítica al orden establecido, era un talento irrefrenable. Nadia Boulanger diría que nunca tuvo un alumno con esa capacidad creativa, tanto París, como Cuba, se quedaban pequeños ante los arpegios salidos de la imaginación de aquel poeta de la música con rostro de niño, piel delicada y cuerpo pequeño. Pero Europa no era el principio, toda la historia había empezado el 7 de marzo de 1906 en una villa colonial, justo cuando el nacimiento de la República de Cuba marcaba la decadencia de un modo de vida y la llegada de nuevos estilos y espíritus.
Un falansterio, una tarja mal puesta, una ciudad perdida
La casa donde aquel mes de marzo naciera Alejandro, sita en la calle José Antonio Peña, entre León Albernas y José Agustín, es hoy un solar, nombre cubano dado a los falansterios donde viven demasiadas familias. Nadie podría distinguir, entre las divisiones, la arquitectura original de aquel sitio. Una tarja mal colocada en la pared de la fachada contiene errores en las fechas y se ha caído innumerables veces. La ciudad le debe al genio remediano quizás una estatua, iniciativa que por momentos resuena en los portales, pero que queda en el dicho.


Remedios venía de ser la cabecera de una grande y próspera jurisdicción, que abarcaba desde la península de Icacos hasta Morón, en la provincia de Ciego de Ávila, con muchos ingenios y sembrados dedicados a la industria del azúcar. La zona se conocía además como Vueltarriba, productora de un tabaco exquisito, el preferido por los ingleses para fumarlo en sus pipas en forma de picadura. Pero tras la primera guerra entre españoles y cubanos, el gobierno colonial decidió una nueva administración política y territorial y la otrora próspera ciudad perdió todas sus posesiones. Reducida a la cabecera prácticamente, se detuvo el crecimiento urbano, la villa nunca entraría en el siglo XX, quedando su arquitectura como un museo de la vida en la centuria anterior.

Tal era el contexto conservador en que vendría al mundo el niño, en medio de dos familias acomodadas. El padre, Silvino García, fue comandante del Ejército Libertador y participaba de la política local, la madre Diana de Caturla se contaba entre las mujeres más cultas de Remedios. No obstante aquella educación a la europea, Caturla tuvo mayor contacto con sus nodrizas negras, quienes le enseñarían cánticos africanos, germen de un gusto que el muchacho iría desarrollando con el pasar de los años y que lo llevaría a transgredir barreras musicales, sociales, familiares, sexuales.
En un Remedios donde el partido conservador ganaba las elecciones cada año y los negros y los blancos vivían separados, sin poder siquiera cruzarse en la misma senda por el parque; Alejandro García Caturla comenzó a asistir desde adolescente a los bembés del barrio La Laguna, a los toques de tambor en los más recónditos poblados del municipio. Sus ojos se desorbitaban cuando veían a los “ases” del bongó y de la rumba poner a bailar a la gente, que casi de inmediato caía con algún santo montado. Cuando se iba al cine acompañado casi siempre de jovencitas negras, era habitual el comentario entre sus parientes de que Alex “se había vuelto un descarado”.

Muy pronto, el chico demostró que era capaz de amar más que nadie, uniéndose con Manuela Rodríguez, la criada de la casa, también de raza negra, esta unión fue sancionada con recelo por la familia Caturla y la sociedad. Con su corta edad, 16 años, Alejandro no era capaz de sostenerse económicamente, su padre Silvino no estaba dispuesto a sufragarle aquellas aventuras amorosas, pero sí una carrera universitaria. En enero de 1923 el joven llegó a la Habana, donde quedó deslumbrado. Atrás estaba Remedios con su catolicismo y las torres de las dos iglesias, una frente a la otra, con el tiempo detenido.
Descubriendo al genio

En los países pobres los genios a menudo mueren también en la miseria, debido sobre todo a la escasa oportunidad de triunfo profesional. Unas pocas ciudades pueblerinas y una capital pueden condenar al ostracismo a un Mozart o a un Byron. Cuba ha sido así, más aún en la época del Machadato (mandato del dictador Gerardo Machado), quien al tratar de convertir a La Habana en el París de América sólo logró tornarla un caos de represión y atraso cultural, pues los artistas genuinos apenas existían en forma de cenáculos malmirados. El Minorismo era uno de esos grupos, el más importante, que nucleaba a estudiosos de las vanguardias europeas y de la cultura cubana. Allí Caturla trabó amistad con Alejo Carpentier, Emilio Roig de Leuchering, Fernando Ortiz, todos ellos interesados en el negro como un ente social imprescindible. Aquel muchacho que había llegado de Remedios, el estudiante de Derecho, ahora encontraba razones de justicia para defender y amar más aún lo afrocubano.
A menudo Carpentier se adjudicaba el descubrir el genio de Alejandro. El escritor decía que lo vio en medio de un cine tocando al piano trozos de clásicos para amenizar una película silente. Así se ganaba Caturla la vida y le pagaba a Manuela el sustento de los primeros hijos. Lo cierto es que en la Habana se forjó el talento de ese gran compositor, en medio de las clases de teoría musical que le hicieron ver un camino propio en lo nuevo y lo negro. Durante el estudio de su carrera alternaba entre la capital y Remedios, entonces se encendió su deseo por la hermana menor de Manuela, Catalina, y allí sí estalló el furor de los prejuicios. Lo cierto fue que Caturla amó ambas mujeres a la vez y tuvo con ellas once hijos.
El Juez que conoció la miseria humana

Ya graduado de Derecho, Alejandro García Caturla retornó a Remedios, donde colocó en la fachada de la casa familiar, sita frente al parque José Martí, una tarja: Dr. García Caturla, abogado. Muy pronto la comarca sabría de la rectitud y los aportes del joven juez, carrera que alternó con la composición y la escritura de cartas a sus amigos de La Habana, sobre  todo a Carpentier. En tanto, sus composiciones afrocubanas ya se estaban dando a conocer y artículos elogiosos aparecían en las revistas acerca de los dos grandes músicos de la época, Amadeo Roldán y García Caturla. Como jurista comenzaría la lucha contra todo lo podrido, así, el abogado ganó una porfía contra McNamara, padre del futuro político norteamericano Robert McNamara, familia establecida en Caibarién. En Ranchuelo defiende a los obreros de la fábrica de cigarros contra sus dueños, los hermanos Trinidad (fundadores de un emporio radial en la Cuba de entonces), hizo lo mismo con los jornaleros de la región central a quienes se les pagaba con bonos y no con dinero.

Varias reformas a los códigos por entonces vigentes propone Caturla, pero sobresale su proyecto de legislación para regular las sanciones a los menores de edad, medida que adecentaría dicho proceder en la isla. Su mayor combate fue contra el juego, mal que por entonces corroía la sociedad. El 17 de octubre de 1940 el juez Caturla juró fidelidad a la nueva Constitución, esa que prometía un futuro mejor a la patria, y el 19 de ese mismo mes debió solicitar garantías para su vida, pues recibió amenazas de la policía y el ejército asentados a nivel local. Lo tildaban de “negrero”, inmoral, engreído, etc…
Y llegó el silencio

Era fácil matar a Caturla, él hacía el mismo recorrido diario: de su casa al juzgado, de allí al correo (las cartas, que lo mantenían al tanto del mundo artístico) y de vuelta a la casa. Las mismas calles, la misma esquina…En Remedios su música no era entendida, recibió la rechifla de la chusma en el Teatro Miguel Bru y decidió fundar una orquesta en Caibarién, proyecto mastodóntico que apenas ofreció pocas presentaciones. Aunque conocido en el extranjero y estrenado su repertorio en Barcelona, París, Moscú, el genio sentía que sus fuerzas creadoras se agotaban. Soñó con dejar el Derecho, irse a La Habana, volver a Europa. No dejaba de componer todas las tardes, con las ventanas de su estudio abiertas, las mismas desde las cuales miraba hacia las calles Maceo e Independencia, encrucijada donde el 12 de noviembre de 1940 lo  abordó un conocido maleante de nombre Argacha Betancourt, a las seis y treinta de la tarde. La discusión entre ambos fue breve, como los disparos que le cercenaron la vida al abogado. Era fácil matar al hombre, el asesino corrió hasta meterse en el cuartel de Remedios, donde recibieron con júbilo la noticia. Silvino García se desmayó al enterarse, ni él ni Diana jamás pudieron recuperar la salud. Desde toda la isla, los intelectuales se pronunciaron contra el suceso. La nueva República nacía manchada con la sangre de un genio.

Su cadáver recorrió la ciudad en medio de multitudes ¡mataron a Alejandrito!, aun los que lo calificaban de loco, sintieron la pérdida. La ciudad de Caibarién colocó una tarja en el lugar del asesinato, homenaje de un pueblo humilde a un gran creador. Una de las últimas obras compuestas, “Berceuse campesina” anunciaba la unión entre lo negro y lo campesino, o sea la síntesis de lo nacional. Ese mismo día fatídico, 12 de noviembre, la BBC desde Londres rendía un minuto de silencio a Alejandro García Caturla.

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