Cuando se rompen los diques - La letra corta

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4 de octubre de 2017

Cuando se rompen los diques

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Por Boris Milián Díaz

Uno pudiera preguntarse qué es la normalidad tras ver el cuadro de devastación que dejó Irma a su paso.

Para la mayoría de los cubanos, relacionados con ese tipo de fenómenos por idiosincrasia de la geografía, los preparativos se limitan a la acumulación de víveres dejando en manos de las autoridades todo lo relativo a la seguridad de las personas e inmuebles. Ha sido así durante los últimos cincuenta y ocho años sin que hubiera grandes pérdidas de vidas humanas. Desde el día anterior -y previendo la llegada del Huracán al Ocidente- las tiendas se vieron abarrotadas por la mañana y, para cuando llegó la noche, todo era una cuestión de espera resignada y hasta divertida. Era otro viernes más con la única diferencia de que presuponía el cierre del fin de semana.

Tres días después las condiciones climatológicas habían vuelto a la normalidad dejando -a plena luz del día- un panorama desolador: las calles cubiertas de escombros, hojas, ramas y árboles arrancados de raíz. Desde el día anterior se habían ido acumulando en las esquinas a la espera de los trabajadores de Comunales. Muchos lugares continuaban entonces sin electricidad y, otros más, sin agua. La zona de la Vía Blanca quedó completamente obstruida en varios tramos y el túnel de la Habana inundado. Desde el primer momento se decantó en las autoridades locales las tareas de recuperación de los daños alegando la extensión de los mismos.

Los sucesos, en el margen de una semana, dan una clara idea de la normalidad que subyace debajo del día a día. En Santo Suárez, municipio de Diez de Octubre, toda una protesta popular a tres días sin luz o agua -que conllevó a un tímido intento de represión- y que fue acallado al restablecer los servicios. En Guanabacoa un grupo de mujeres de un asentamiento periférico se presentó con sus hijos en los portales de la Sede del Poder Popular pues, en ese momento, ni siquiera tenían comida para darles además de que no contaban con atención médica mientras entre los observadores se comentaba la carencia de medicamentos en los Policlínicos, el intento de huelga por parte de los trabajadores de comunales -interrumpida por un contingente de las EJT- y los asaltos en el reparto Chivás que estuvo apagado durante varios días y bloqueado para el tráfico. Santa Fe, en Playa, el viernes todavía se encontraba a oscuras.


La realidad parece estar volviendo a sus cauces y -mientras el estado se prepara a enjuiciar a aquellos que han medrado con la miseria de los otros- uno pudiera llegar a la conclusión de que no ha sucedido nada extraordinario. Desde los destrozos hasta la incapacidad para reponerlos son parte de la misma normalidad que hemos venido fraguando durante años tan sólo que la misma se ha cristalizado en un espacio muy corto de tiempo en su totalidad. Ya, sencillamente, no podemos rehuirla.

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