La historia de Pedro - La letra corta

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18 de agosto de 2017

La historia de Pedro

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Imagen: Laura Barrera Jerez
Por Eduardo Pérez Otaño

La mañana en que los hombres de Batista andaban por todas partes, estaba sentado al costado del Payret, limpiando botas. Su color y su progenie no le habían permitido llegar a más. Su madre, una negra descendiente de haitianos emigrados, apenas pudo enseñarle a escribir su nombre: Pedro Remigio, sin más apellido ni abolengo.

-La gente no quería más jodedera ni más lío. Cuando empezaron a decir que Batista había asaltado el Palacio mi madre, que en paz descanse, encendió una vela a la virgen de Regla. “¡Eso no traerá ná bueno, mijo!”, me dijo. Y así fue.

Con sus 14 años bien cumplidos cargaba con su caja, unas latas de betún y el cepillo. Donde podía plantaba y ahí mismo procuraba lucharse lo del día, que apenas le alcanzó para alimentar a la vieja, ya enferma de tanta pobreza.

El otro día que recuerda fue cuando La Habana se llenó de gente dando gritos y abrazándose. Otros cerraban las puertas y ventanas, recogían sus cosas y se escondían de lo que venía.

-Ahí mi madre, ya medio ciega, dando tumbos llegó hasta donde estaba la misma virgencita de Regla y le prendió otra vela. “¡Eso traerá cosas buenas, mijo!”.

Eran los primeros días de enero del año cincuenta y nueve. Y entre tanta revoltura por todas partes, Pedro procuraba no faltar a las labores del puerto. Hacía meses que lo contrataban si le necesitaban. Cargaba sacos o lo que hubiera que cargar, mientras en las noches se hacía planes, “por si las cosas mejoran”.


Ya con 21 años malvividos se vio en medio de una tormenta. Y cuando las aguas se comenzaron a calmar se metió en eso de las milicias, “pa ver si pagaban, aunque sea un poco”. Luego lo colaron en la Facultad Obrero Campesina y no salió hasta el día en que pudo escribir su nombre con todas las letras.

-Mamá murió ciega y sin mente, pero feliz. Yo creo que murió feliz de que ya no tuviera que limpiar zapatos ni cargar como esclavo.

Lo conocí un día de esos en que parece que no sucederá nada importante. Sentado en el malecón, con la mirada perdida en la infinitud del mar, esperando algo de vuelta.

-Esto es una promesa que le hice a la virgencita de Regla, ¿sabes? Le prometí que vendría todas las tardes para estar cerca del mar, hasta que regrese Pedrito de Haití. Lo mandaron para allá el año pasado.


Ya de vuelta a casa, con sus casi ochenta años, el viejo Pedro pasa frente a la virgencita que fuera de su madre y enciende la vela porque no le gusta dejarla a oscuras. No mientras su hijo, médico intensivista de la Henry Reeve, esté en tierra desconocida. Al lado de la efigie conserva la caja que usaba como limpiabotas y más arriba el título de médico de su hijo: tres medallas a la obra de su vida.

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